Gloria Damiá López - 16/09/2008
Este "remake” de una peli de los 50 nos llega en un momento de letargo del género. La cinta engancha al espectador que sabe ver más allá de los disparos y las persecuciones a caballo. Plantea la eterna disyuntiva entre el bien y el mal, pero desde otra perspectiva.
El western siempre ha sido el género del duelo por excelencia. El séptimo de caballería contra los indios, el sheriff contra los asaltadores…la historia se repite en esta ocasión. Un forajido (Rusell Crowe) enfrentado a un humilde ranchero (Christian Bale), pero los personajes abandonan los estereotipos de héroe intachable y malvado pistolero, para plantear una dualidad repleta de matices.
El cine ya no muestra modelos de moral exacta, ya no vemos buenos y malos, indios y vaqueros…Algún purista diría que esto es una consecuencia del relativismo de nuestro tiempo, yo creo que no es más que un reflejo de la propia realidad, que nunca se nos aparece de un modo tan simple. Así hasta el más bueno de los buenos, esconde un defecto, una vanidad, una falta. Mientras que el más malo de los malos, puede justificarse o no ser tan horrendo. La historia deja gotear con su trama un amplio repertorio de virtudes y defectos: el honor, la venganza, la inteligencia, la justicia, el valor… y quizá resultan más humanos porque están entremezclados, porque no se nos muestran con absoluta pureza, pero si esto ocurre en la vida real ¿por qué no mostrarlo en la ficción?.
El western sigue siendo un magnífico género para poner de frente a los opuestos, pero en esta ocasión el enfrentamiento no se resolverá con disparos, sino con dialéctica, con miradas y actitudes. En la línea de "Sin perdón”, son películas que nos conducen a una última épica moral que no sucumbe ante valores absolutos, pero que deja un sabor a reflexión sobre un duelo absolutamente cotidiano, dándonos el respiro de saber que en el fondo todos somos un poco indios y un poco vaqueros.